La vida de un clérigo llamado Jean-Bertrand Aristide. Por Miguel A. Jaimes N.
Miércoles, 28/09/2011 05:11 PM
En Haití hay petróleo
Del hombre que voy a hablarles es de nacionalidad haitiana y fue un presidente de principios justos, aunque fue sacado a toda prisa del poder por el gobierno norteamericano, representaba un mandatario con errores al igual que muchos, seguro, aún no sea un revolucionario bajo el estricto cuño de nuestra palabra, pero sin dudas ha sido un gran luchador. Esta es la historia de un hombre nombrado: Jean-Bertrand Aristide.
Nació en Port Salud, Haití un quince de julio de mil novecientos cincuenta y tres. Su formación fue encargada a los salesianos de la capital Puerto Príncipe. Buscando la palabra bíblica encontró la Teología de la Liberación y se convirtió en un sacerdote que acertó la interpretación religiosa junto a la actividad política.
En mil novecientos setenta y cuatro termina la secundaria en el College Notre Dame, fue enviado por sus padres e iglesia a la República Dominicana. Allí, fue influenciado por valores de justicia e igualdad, y son estos principios los que impulsan sus estudios en filosofía en el Grand Seminaire de Notre Dame.
De esta institución sale graduado y regresa a su natal terruño para estudiar psicología en la Universidad de Haití. Con una nueva profesión viaja a Europa, era mil novecientos setenta y nueve. Una vez en el viejo continente estudia en Italia, para luego pasar a Canadá y llegar hasta Israel.
En mil novecientos ochenta tres regresa y es ordenado sacerdote salesiano. Sus estudios lo hicieron políglota, hablaba con fluidez el francés, creole, español, inglés e italiano, ventaja que utilizo para su relación con otras naciones en defensa de la soberanía y desarrollo de su pueblo.
Siendo sacerdote fue trasladado a una pequeña parroquia de la capital, luego pasa al gran barrio conocido por su miseria; La Saline. Su pueblo empezó a admirarlo, le decían «Titide» o «Titid» (pequeño Aristide).
Fue convirtiéndose en un luchador inspirado por la membrana más radical de la iglesia católica haitiana, sus sermones en radios católicas nacionales eran verdaderos discursos políticos.
En enero de mil novecientos ochenta y ocho afirmo: «El imperialismo americano ha sustentado al gobierno de Haití. Las elecciones no son la salida, las elecciones son un modo de aquellos en el poder para controlar al pueblo. La solución es la revolución, primero en el espíritu del Evangelio; Jesús no podría aceptar que su pueblo pase hambre. Es un conflicto entre clases, entre ricos y pobres. Mi trabajo es predicar y organizar…»
Por este “atrevimiento” fue expulsado ese año de la orden que lo formo: los salesianos. Estos no dudaron en afirmar que el cura estaba metido en actividades políticas las cuales “incitaban al odio y la violencia” y que las mismas no pertenecían a su rol de clérigo.
Ahora con su nueva condición de laico no dudó en aumentar su activismo político, ya se había opuesto al depuesto dictador Jean-Claude Duvalier (Bebé Doc) también a los gobiernos militares posteriores que habían establecido una suerte de «neoduvalierismo». Por sus actividades fue objetivo militar de grupos paramilitares, llevando tras su sombra varios intentos de asesinato por el régimen militar de Henri Namphy, (1988).
Pero logro sobrevivir a todos los atentados, valiéndole este atrevimiento su derrocamiento al dictador, Henri Namphy.
A pesar de un viciado sistema electoral decide lanzarse como candidato a la presidencia de la república, varias organizaciones internacionales patrocinaban los comicios, debía ponérsele fin a la dictadura ininterrumpidamente establecida desde la misma independencia del país, le ofrecen a Aristide garantías y seguridad. Gana contundentemente con más del 60% de los votos.
Inmediatamente los gorilas tratan de impedir su investidura y exactamente un mes antes el ex ministro de Defensa Roger Lafontant intenta dar un golpe militar, pero el mismo logra ser sofocado.
Ahora, Haití está frente al único mandatario escogido de manera libre y soberana en la historia del país más pobre de América y del Caribe: Jean-Bertrand Aristide. Pero la venganza contra un presidente demócrata contaba con muchos enemigos y siete meses después fue derrocado por un grupo de militares que encabezó el general Raoul Cédras. Allí se inician los exilios de Aristide, primero en Venezuela y después a EE.UU.
Tras profundos acuerdos vuelve como mandatario en octubre de mil novecientos noventa y cuatro, esta vez acompañado por una tropa multinacional estadounidense. A partir de allí se instauran los militares norteamericanos en la isla, para nunca más volverse a ir. Había un objetivo que empezaban a husmear: petróleo. Por esto, abiertamente empezó la interferencia del gobierno norteamericano y no tomo descanso para estorbar en los asuntos internos del mandatario.
El mundo ya estaba sin guerra fría, había caído la cortina de hierro, era insostenible que los EE.UU siguieran manteniendo al dictador Raoul Cédras, entonces, ellos mismos se encargan de derrocarlo.
Aristide vuelve al poder en mil novecientos noventa y cuatro para intentar culminar su periodo presidencial, esta vez interrumpido por tres años. Tras saber al dedillo cual era la actuación del ejército no duda un año más tarde en disolverlo y constituir una fuerza policial de cinco mil hombres.
Vienen las elecciones de mil novecientos noventa y cinco hasta el periodo dos mil uno y su amigo de formula y equipo, Rene Préval, las gana. Pero, para el año en cuestión (2001) la popularidad del candidato (Aristi) se eleva abrumadoramente, signo de los cambios que reclamaba la sociedad haitiana y triunfa nuevamente con el 91,69% de los votos, estas elecciones fueron severamente criticadas por sectores opositores y algunos que habían estado cercanos a Aristide, pues sostenían que había votado sólo alrededor de un 10% de la población, con esto, empezó de nuevo la deslegitimación en contra del recién y nuevamente electo mandatario.
Así, entro a su tercera presidencia (2001 al 2004) inmediatamente no dudo en girar hacia políticas de izquierda que ya empezaban a consolidarse en nuestro continente, se acercó a Cuba y Venezuela, inmediatamente esto hizo despertar la furia norteamericana.
Y apenas trascurriendo el opaco año dos mil cuatro el presidente constitucional de Haití, era derrocado. Justo en aquellos fatídicos días en el último minuto, una larga noche logro establecer un medio contacto telefónico interrumpido constantemente por problemas técnicos de comunicación, hablo con el Presidente Hugo Chávez, le pedía armas.
Pero la intervención norteamericana fue rápida lo secuestro, montándolo en un avión del propio gobierno gringo y llevándolo en contra de su voluntad hasta Sudáfrica con la advertencia de que si volvía, sería asesinado antes de poner un pie en su isla.
Así, se iniciaron los años duros del exilio de Aristide, inmediatamente presentaron ante la comunidad internacional una RENUNCIA del mandatario, tomando la presidencia Boniface Alexandre, quien solicito a la ONU su intervención a través del envió de más tropas de EE.UU, mas Canadá y Francia, ahora, llamadas la Fuerza Multinacional Provisional.
Sin dudas, esto hizo de Aristide el presidente eterno de los haitianos. Su resistencia por la verdad lo llevo a un exilio de siete años. Pero ahora muchos acontecimientos que se dieron en medio de la destacada tribulación de aquellos años, están muy claros.
Esto, sobre todo después del terremoto del pasado 12 de enero de 2010 que dejó la dolorosa cifra mundial al tener que enfrentar en la soledad de una nación, sepultar a más de doscientos mil víctimas.
Aristide, sostuvo que el objetivo de la Minustah “debió y debe respetarse”. En este sentido, recordó que la Misión no tiene prerrogativas políticas por lo que no puede “inmiscuirse en asuntos internos que sólo competen a los haitiano”.
Sostuvo, tampoco se puede aceptar que las fuerzas militares participen en las opciones electorales o presionen a las autoridades, “tampoco tienen ninguna autoridad para hablar en nombre de Haití”.
En nombre de su país, señaló que tiene la convicción que la situación humanitaria que vive la nación caribeña no es un problema que “competa al Consejo de Seguridad sino a la Asamblea General” del mismo organismo, “ a quien el Consejo de Seguridad le usurpa frecuentemente sus facultades”.
Aclaró que la situación en Haití no es un tema que amenace la paz y la seguridad del mundo, “ni que se resuelva con fuerzas militares concebidas para operaciones de mantenimiento de la paz”, para que sea discutido en el Consejo de Seguridad.
“Son conocidas también las serias consecuencias de las omisiones, los excesos, los dobles raseros y los procedimientos antidemocráticos que padece este Consejo”, puntualizó Aristide.
Relató que los problemas que actualmente vive la Isla caribeña son producto de años de “saqueos colonial y neocolonial”, por la imposición de una de las dictaduras más sangrientas de la historia, -Jean Claude Duvalier- y por la intervención extranjera.
Después del desolador terremoto Haití necesita recursos para la reconstrucción y el desarrollo. Requiere compromiso humanitario y no injerencia, ni manipulación política, repudió que después de un año no se hayan canalizado los recursos hacia Haití y que las potencias destinen el dinero a la guerra.
“Los autoproclamados ‘principales donantes’ continúan dedicando exorbitantes recursos a la guerra y a la intervención militar”, por esta razón trasladaron a la isla más de veinte mil soldados, pues los EE.UU ya saben que en el fondo del océano haitiano hay petróleo, y van por él.
Y que el monto prometido, aunque insuficiente para la problemática, no ha sido desembolsado y por ende “no se ha respetado al Gobierno haitiano ni se ha prestado atención a sus prioridades”.