Los ángeles parieron en Aracataca un hijo: Gabriel García Márquez. Por Miguel A. Jaimes N.

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Viernes, 18/04/2014 01:38 PM 

Eran los retablos de maderas astilladas por las manos del tiempo. Formaban el volado de una pequeña ventana azul cielo que se veía a lo lejos con dos contraventanas pequeñas, apenas sobresalía una diminuta silueta de cabellera negra sujetada con un sorondo en forma de cebolleta, pero su piel curtida estaba surcada por mil arrugas maquilladas con tinturas de onotos frescos y en los labios usaban manteca de cacao.

Así lucía Bartola, una viejecita a quien jamás se le veía el cuerpo porque vivía encerrada en una pequeña casa que un marido tuvo y después la había dejado sola, criando dos gatos y un perro desconocido.

Aquellos animalitos llegaron a ser en su tosca vida eternos compañeros los cuales le habitaban la vigilia perpetua. Pero Bartola no entendía y se asomada siempre espiando con el mismo vestidito clarito de tanto lavarlo y procuraba no estornudar cuando lo llevaba puesto, pues creía que iba directico a deshilacharse.

Pero un camino llevadero la mantenía a la espera de un viajero quien había prometido regresar en poco tiempo, pues le inquietaba y prefería distraerse con todo lo que pasaba y se propuso probar sobre la palabra una conversa que entablaba ligero. Decía que el pueblo entero conocía su dulce espera; por eso verla asomada en el cuarterón no era cosa nueva.

Pero una mañana no estuvo y al mediodía tampoco; ya en la tarde preocupados los vecinos decidieron levantar el falso sostenido por un solo alambre a medio sujetar, todos pasaron y de una se desarmó; entonces rápidamente pensaron en violentar el tranquero y la encontraron cerca del tragaluz pero esta vez con un vestido nuevo, igual que siempre esperando por su amor viajero.

Ella era hermana del tío Félix, sobrina de una tía loca y nieta de una abuelita de ciento tres años; muchos la conocieron, otros la vieron por vez primera ese día, cuando la encontraron pálida y sin habla, pero a todas luces iba para otro mundo, todos sabían sin que nadie lo hubiese comentado que estaba henchida de amor y de muchos de los recuerdos inconclusos.

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